miércoles, 21 de septiembre de 2011

Utopías de mujer.

(…)Una mujer es la historia de sus actos y pensamientos, de sus células y neuronas, de sus heridas y sus entusiasmos, de sus amores y desamores. Una mujer es inevitablemente la historia de su vientre, de las semillas que en él fecundaron, o no lo hicieron, o dejaron de hacerlo, y el momento aquél, el único en que se es diosa. Una mujer es la historia de lo pequeño, de lo trivial, lo cotidiano, la suma de lo callado. Una mujer es siempre la historia de muchos hombres. Una mujer es la historia de su pueblo y de su raza.
Y es la historia de sus raíces y de su origen, de cada mujer que fue alimentada por la anterior para que ella naciera: una mujer es la historia de su sangre.
Pero también es la historia de su conciencia y de sus luchas interiores. También una mujer es la historia de su utopía. (…) Antigua vida mía. Marcela Serrano.

En las líneas de la historia de una mujer, se describe el color de su tierra. Los tonos de las hogueras resplandecientes de su dolor, son los caminos que arrastran las manos atadas de la memoria de una raza. De la suya, la de sus hijos y la de sus antiguos. Esa raza es su grito, grito de parto que la parte en dos, parto que la despedaza y la renace en infinitas multiplicaciones de hombres y mujeres. Parto que la ilumina como antorcha humana que guía a la humanidad por las callejuelas pálidas que llevan al mañana.

En el cuerpo de una mujer se forma una cuna, cada luna. Esa pequeña raíz que se mece blandamente en su vientre es un átomo del horizonte del mundo. Allí bajo la sombra de ese retoño de humanos nace la palabra de mi patria; la palabra del dolor, la palabra de la fe, la palabra de la esperanza, la palabra que nombra a Dios con el único nombre que en sueños le ha dado la vida.

En las manos de una mujer se forma un cuenco, breve e inmenso, suave y agrio, dulce y candente; en el que descansa la palabra iluminada de los hombres que aún no han nacido. Los hombres que golpean los vientres de tanta rabia nonata, los hombres-aún-no-hombres que dialogan con sus muertos, por que ambos se encuentran en ese límite claroscuro de la vida que ya no es y la vida que aún no ha sido.

En los pies de una mujer nacen los caminos, nacen los destinos, nacen el destino mismo. Son sus huellas las que seguimos en nuestro intento de caminar la vida en las vanas prácticas inconclusas de pasos. Los caminamos, o los intentamos caminar hasta que nos llaman para mejores vidas, para mejores horizontes, para mejores cielos que este que vemos. En una huella, la huella de una mujer, cabe todo el temor al universo, huellas que golpean las miserias con dignidad, huellas tatuadas en la piel de los hombres y de las mujeres que han engendrado. Huellas que no son solo huellas, son caminos que la historia del mundo ya ha caminado.

De los pechos de una mujer se derrama la poesía, la que no cantan los poetas, por no saberlas cantar. Las cantan sabiamente, los agricultores por verla florecer en cada surco, milagrosamente, fruto de los pechos de una primerísima primera madre nutricia que alimentó al mundo antes que el mundo se nombre a sí mismo. La poesía de los pechos de una mujer se derrama y se siembran y el verde se eleva desde el suelo hasta Dios y es allí que el nombre de Dios, el siempre padre, se nombra y se yergue como femenino. Entonces Dios es mujer, porque mujer es la palabra de la utopía.

Un condón umbilical místico, religioso, intangible, esencial me ata a mis anteriores madres, todas aquellas que me engendraron y me alimentaron con su vida. Camino por la vida, caminando sus huellas, esperando ver la poesía derramarse de mis pechos vacíos, para regar la tierra, tratando que mis manos sean un poco sendero de hombres y de mujeres dignos que aprendan a ver que son solo una pequeña puntada en la historia de otros hombres y mujeres porque su cuerpo ha sido engendrado por la mano de la utopía de una mujer que es todas las mujeres.

Utopía de mujer, verdad de mujer que mece la historia del mundo deseado.

1 comentario:

  1. Chica, vaya pajas mentales nos regalas. Dale duro, que te dan fijo el Nobel de la Petulancia en un par de décadas.

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